Desde el descubrimiento de las tierras de América por parte de los europeos hasta la instauración definitiva de los regímenes coloniales, el americano fue tan ignorado como oprimido y destruido. Al americano se lo observo desde muchas perspectivas, pero todas ellas europeas; se los juzgo por su apariencia, por su conducta y por sus valores culturales, por su puesto sin siquiera conocerlos. Pero, ¿por qué es que se los trato de esta manera?, ¿por qué se los llegó a odiar o a amar si jamás nadie se digno a examinar un poco las diferencias culturales que se evidenciaban? Quizás las respuestas puedan reflejarse en la mirada de Cristóbal Colón, el primer europeo que llegó a estas tierras, y en las consideraciones de Bartolomé de las Casas sobre el nativo, y sobre la conquista cristiana que se hizo de este “nuevo mundo”.
El viaje de Colón tenía fundamentalmente dos grandes objetivos: convertir a los indios al catolicismo y extraer de estas tierras tanto oro y demás riquezas como fuera posible. Según sus Relaciones de viajes, al llegar nuestro almirante se encontró con gente muy simple, amigable, pacífica y servicial, pero también pobre, desprotegida y con una vida falta de “evolución”, según su propio parecer. Quizás también eran un tanto inocentes, ya que creyeron en él y su gente como venidos del cielo y no dudaron un momento en demostrarles toda su hospitalidad y su respeto. Será que no conocían de malas intenciones, como afirma Las Casas, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, al describir a los americanos como gente humilde, sin odio, sin maldad, y con una plena obediencia a sus señores naturales y también a los cristianos a los que de muy buena voluntad servían. Ambos consideraban a los nativos como gente buena, pero no se interesaron mucho en conocerlos, sino que se encaminaron en la labor del buen cristiano y se propusieron darles a conocer al verdadero Dios, a través de la religión universal, expandida desde occidente. Tanto Colón como Las Casas entendían que el aborigen era una persona a la que muy fácilmente se le podría educar en la fe cristiana ya que eran dóciles y de muy buen entender.
En el caso de Colón dejó bastante claro en sus crónicas que su meta principal el la consecución del oro, dejando atrás sus propósitos de evangelización, sobre la dio firmes malos ejemplos llevándose a España unas cuantas muestras gratis de esta tan agradable gente.
Por su parte, Las Casas sólo habla de los potenciales cristianos que son los americanos y las infernales obras de los españoles que optaron por la conquista, por la vía violenta y el hurto de riquezas, en desmedro de su otra misión, la de la conversión de los nativos. Claro está que en ningún momento se evidencia ese amor que se dice Las Casas tenía por los americanos, ya que si los amara no buscaría someterlos a tal alteración de sus vida espiritual; no se puede amar o defender lo que no se conoce. Lo único que Las Casas defiende es la imagen del catolicismo. Claramente ignora la identidad del americano, y no lo respeta mas que sus torturadores, ya que atentar contra integridad física del hombre, aún significando su muerte, no es en definitiva un acto peor al de imponerle al otro una identidad que le es ajena, una vida, una forma de pensar y actuar que no le pertenece y que no tiene que ver con él; es como matarlo y usar su cuerpo y su mente para crear a alguien nuevo, alguien aceptable para la cultura occidental y exento de la condición de inferioridad que se le atribuía por su estado primitivo (según Europa).
Cristóbal Colón y Bartolomé de las Casas demostraron que Europa, mas allá de las masacres que efectuó, tenía claro el cómo tratar a quien fuese diferente, al otro: debe ser igual a mí o no ser nada. Al otro se lo construyó desde afuera, desde la costa, sin mayores intenciones que usarlo para beneficio propio. Quizás jugando el papel de Dios se pretendió darle la forma adecuada, cual alfarero da forma al barro según el lo desee.
El viaje de Colón tenía fundamentalmente dos grandes objetivos: convertir a los indios al catolicismo y extraer de estas tierras tanto oro y demás riquezas como fuera posible. Según sus Relaciones de viajes, al llegar nuestro almirante se encontró con gente muy simple, amigable, pacífica y servicial, pero también pobre, desprotegida y con una vida falta de “evolución”, según su propio parecer. Quizás también eran un tanto inocentes, ya que creyeron en él y su gente como venidos del cielo y no dudaron un momento en demostrarles toda su hospitalidad y su respeto. Será que no conocían de malas intenciones, como afirma Las Casas, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, al describir a los americanos como gente humilde, sin odio, sin maldad, y con una plena obediencia a sus señores naturales y también a los cristianos a los que de muy buena voluntad servían. Ambos consideraban a los nativos como gente buena, pero no se interesaron mucho en conocerlos, sino que se encaminaron en la labor del buen cristiano y se propusieron darles a conocer al verdadero Dios, a través de la religión universal, expandida desde occidente. Tanto Colón como Las Casas entendían que el aborigen era una persona a la que muy fácilmente se le podría educar en la fe cristiana ya que eran dóciles y de muy buen entender.
En el caso de Colón dejó bastante claro en sus crónicas que su meta principal el la consecución del oro, dejando atrás sus propósitos de evangelización, sobre la dio firmes malos ejemplos llevándose a España unas cuantas muestras gratis de esta tan agradable gente.
Por su parte, Las Casas sólo habla de los potenciales cristianos que son los americanos y las infernales obras de los españoles que optaron por la conquista, por la vía violenta y el hurto de riquezas, en desmedro de su otra misión, la de la conversión de los nativos. Claro está que en ningún momento se evidencia ese amor que se dice Las Casas tenía por los americanos, ya que si los amara no buscaría someterlos a tal alteración de sus vida espiritual; no se puede amar o defender lo que no se conoce. Lo único que Las Casas defiende es la imagen del catolicismo. Claramente ignora la identidad del americano, y no lo respeta mas que sus torturadores, ya que atentar contra integridad física del hombre, aún significando su muerte, no es en definitiva un acto peor al de imponerle al otro una identidad que le es ajena, una vida, una forma de pensar y actuar que no le pertenece y que no tiene que ver con él; es como matarlo y usar su cuerpo y su mente para crear a alguien nuevo, alguien aceptable para la cultura occidental y exento de la condición de inferioridad que se le atribuía por su estado primitivo (según Europa).
Cristóbal Colón y Bartolomé de las Casas demostraron que Europa, mas allá de las masacres que efectuó, tenía claro el cómo tratar a quien fuese diferente, al otro: debe ser igual a mí o no ser nada. Al otro se lo construyó desde afuera, desde la costa, sin mayores intenciones que usarlo para beneficio propio. Quizás jugando el papel de Dios se pretendió darle la forma adecuada, cual alfarero da forma al barro según el lo desee.